jueves, 26 de agosto de 2010

-VIII- Mi nena, mi droga, mi caída



Moviéndome dentro del vals, ya sin la botella en la mano, entré dando botes
y me aseguré de encerrar mi presencia entre muros impermeables.

Se escuchó un portazo. Ella me esperaba en el living room con una sorpresa entre manos delicadas; dulces manos, suaves manos incapaces de hacer el menor cariño.

Y lo notó. Notó mi intención de no aparecer frente a frente, de dividirme célula por célula hasta desvanecerme. Asi que tan paciente como la conocí, subió las escaleras dando pasos pesados, esos que tanto me asustaban.

¡Pateó la puerta! Sí bebé, de mi habitación, justo en el punto vulnerable. Haciendo volar cada pedazo de mi armadura de tal manera que dejó mi ser como un mero espectador de un circo de violentos.

Comenzó a hablar unos trabalenguas indecifrables que entraban por mi oído y revotaban en el tímpano. El sonido se hacía agua y el tacto era convertido en azucar dentro de mi cuerpo desgastado. Juntos se combinaban dando lugar a imagenes lánguidas como jalea multicolor.

Entre borrosos contornos distinguía su silueta de danza artística y música clásica, sí nena. La veía enrabiada, furiosa, y resulta que aún asi me parecía tierna y linda, como cuando me enseñaba su lengua a modo de burla.

Se detuvo. Se me acercó hasta rozar sus labios con los míos. Ya sabía lo que se avecinaba, mi linda bebé. Miró dentro de mis ojos como aquellas veces dignas de recuerdo, y yo sólo pensaba en alguna manera novedosa de largarme.

Bajó la vista y cuando volvió a mi, abofeteó...
¡Golpeó en el instante más esperado! Y volé... volé de espaldas hacia mi caída gloriosa, magnífica.




[Diego Valdés León]

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